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Archive for the ‘Cuentos de Navidad’ Category

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Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.

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Cada año, desde esta ventana, hago una reflexión y pido un deseo porque, desde hace siete navidades, en mi casa hay una silla vacía. Este año mi petición es: ¡No te bebas la Navidad! Utiliza el transporte público. En nuestra ciudad tenemos de todo: autobús, tren y metro,. Utilízalos si vas a beber. Y mi deseo, como siempre, es que esta no sea tu última Navidad, porque en la calle, en la carretera, tu vida y la de los demás están en tus manos.

Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, que murió por un conductor con alcohol.

Esta carta ha sido publicada en la revista semanal «Sietedias» de Alcobendas. Lamento que no publiquen mi pie de firma tal como es desde hace siete años, y solo pongan Flor Zapata, porque ese pie de firma es el que da sentido a mi nueva vida: Flor Zapata Ruiz, madre de Helena. Madre de una hija que ya no está con nosotros por la acción de un conductor con alcohol.

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 Don’t Drive Drunk. Yo controlo.Un cuento de Navidad

 

-¡Venga, Manuel, otra!

-No, no.

-¿Cómo que no?

-Creo que ésta va a ser la última.

-Ja, ja, que rajado.

-No insistas duplicándote.

-¿Duplicándome?

-Sí. Me lo estás pidiendo tú y otro que está a tu lado igual que tú, jaja.

-¿Pero qué dices? No serás que estás un poco borracho.

-No, no, estoy perfesssto. Por eso ya no voy a tomar ninguna más. Esta es mi última copa.

Como era la víspera de Nochebuena  tenían solo media jornada ocupada y, como cada año, se iban de copas para celebrarlo. Pero en los últimos años las campañas de control de alcoholemia y los anuncios sobre no beber si se va a conducir, hacían cada vez más difícil esa celebración.

Manuel decidió que era hora de terminar con las copas. Nunca le había pasado nada y decía que “controlaba”, pero esos malditos controles de alcoholemia le podían hacer perder unos puntos de su carnet y parte de la paga extra de Navidad.

Dejo al resto de la cuadrilla y caminó hacia su coche. Pulsó el mando pero no se oyó el característico “clic, clic” ni se produjo el guiño de los intermitentes.

-Joder -dijo. Me temo que he bebido más de lo que debía.

Pensó que se había equivocado de lugar en el que había dejado el coche. Recorrió con la mirada al resto de coches aparcados por si hubiera sido un poco más arriba o más abajo.

– Juraría que fue aquí. -Volvió a pulsar el mando. Nada. Caminó hasta la parte trasera del coche y comprobó la matrícula.

 –Sí, es mi coche, sabía yo que lo había dejado aquí. -Volvió a pulsar pero el resultado fue el mismo.

-Se ha estropeado, ¡que oportuno! -Se dirigió a la puerta y pasando de mando, introdujo la llave.

 -¿Qué? No puede ser, ¿ésta tampoco? Vaya día.

Decidió llamar a su padre para que viniera a recogerle.

-Papá, no me funciona el mando del coche ni la llave, ¿Puedes venir a buscarme?

-¿Qué? No te funcionará el mando pero la llave…

-No, Papá, no funcionan.

-¿Y no será que no eres capaz de meter la llave? ¿Cuántas copas has tomado?

-Que no papá, que no. No soy yo, es la llave.

-Pues sabes, machote, te coges el tren y mañanas vas a recogerlo.

-¿Pero qué dices, papa? Mañana tengo partido, tengo que madrugar.

-Pues lo siento, chico. Yo no salgo ahora de casa, y tú haber pensado antes que hoy te ibas de copas.

-Joder, papá. -El pi, pi del teléfono le confirmó que su padre ya no estaba ni disponible  ni dispuesto a ir a recogerle. No le quedaba otra que tomar el tren.

Durmió toda la noche y se despertó con una resaca importante, -creo que sí me pasé con las copas, que dolor de cabeza. Estoy como para jugar un partido.

Llamó a su amigo.

– Hola Pedro, que no me esperéis, que no voy a jugar.

-¿Qué pasa, la resaca?

-No, no es solo eso, aunque sí tengo una buena, es que tengo que volver a donde estuvimos ayer porque me tuve que dejar allí el coche.

-¿Te dejó tirado?

-No, no me funciono el mando y la llave tampoco.

-Ja,ja, pero si a mí me veías doble ¿tú estás seguro que era tu coche?

-No te jode, pues claro. Había bebido pero sabía lo que me hacía.

-Ya, ya. Eso te pasa por no haberte dejado el coche en tu casa. Anda, panoli, ya le cuento yo al resto. Feliz noche.

– Feliz noche.

Subió al tren precipitadamente, éste estaba a punto de partir y se metió en el primer vagón que alcanzó. Una vez dentro, recorrió varios coches hasta llegar a uno de los más delanteros. Se sentó al lado de una joven y cuando lo hizo notó algo en el asiento a la vez que la joven le decía “perdona… mi gorro”.

¡Ah!, disculpa, no me he dado cuenta, lo siento.

-No pasa nada.

Un gorro de terciopelo marrón, brillante, casi como un sombrero de copa y que había vuelto a su estado como si nada hubiese pasado, después de aplastarlo, se encontraba ya en las manos de la joven.

– Es normal, a estas horas se va un poco dormido y más después de una juerga, comento la dueña del gorro.

-No, no he estado de juerga, bueno, sí pero fue ayer por la tarde.

-¡Ah! Pues tienes cara de resacoso.

-Un poco. Pero es más bien cara de fastidio. Ayer no conseguí abrir mi coche y ahora tengo que ir a recogerlo.

-¿Abrir o ponerlo en marcha?

-Las dos cosas. Ni funcionó el mando ni conseguí introducir la llave en la cerradura.

-Eso sería que no tenías que cogerlo.

-¿Cómo? No te entiendo.

-Sí, si estuviste bebiendo esa era la mejor forma de salvarte la vida.

-¿Qué estás diciendo?

-Que ayer tuviste a alguien que te echo una manita. Seguro que hoy funciona el mando y la llave y a ninguna de las dos cosas les pasa nada.

Manuel pensó, -otra loca como mi madre con el “te va a pasar algo”. Creyó que ya no debía decir nada más a esa desconocida y ella tampoco pronunció palabra. Poco antes de llegar a la siguiente parada, la joven se levantó, le sonrió y le dijo: adiós, suerte y no te olvides “si bebes, no conduzscasss”  imitando a Steven Wonder en un antiguo spot publicitario, campaña de la DGT.

La joven se caló el gorro, que casi le tapaba la cara. Se abrochó su abrigo acolchado de color rojo, sonrió y bajó del tren.

 

Manuel, le siguió con la mirada, y cuando el tren se puso en marcha volvió la cabeza para observarla nuevamente pero cuál sería su sorpresa cuando comprobó que, en el andén, no había nadie. Ni por detrás, ni por delante. Se había esfumado. ¿Por dónde se había ido? -¡Bah!

Volvió a sus pensamientos y a su dolor de cabeza. Cuando llegó al coche, instintivamente, pulsó el mando, clic, clic, y el coche se abrió. Fue en ese momento cuando se acordó de la joven. Se detuvo y cerró nuevamente el coche. Entonces, tomó la llave, la metió en la cerradura y la puerta se abrió.

-Cosa de brujería, dijo.

Se sentó, puso el coche en marcha, e inmediatamente la radio comenzó a oírse. Pensó -este mando está loco, vaya jugarreta-. Fue en ese momento cuando  se fijó en la canción que sonaba.  No era una canción reciente pero le resultaba familiar. ¿De qué le sonaba? ¿Dónde la había escuchado? ¿En la tele?

“Don’t Drive Drunk”, repetía el estribillo una y otra vez.

Flor Zapata Ruiz, madre de Helena. Diciembre de 2010.

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El lunes, el día de la nieve en Madrid, me pasaron muchas cosas especiales, quizás por el influjo de la Navidad.

La nieve me traía recuerdos de mi hija. Alguien, en la nieve intacta del alrededor de la piscina, se tumbó y originó dos ángeles que desde la altura de nuestro piso se apreciaban perfectos, como jamás había visto. Después las interferencias de la radio me trajeron “Esperaré” y por último recibí un mail desde el instituto de Paolo Coehlo con la deferencia del envío de un cuento de Navidad titulado “Una historia de Navidad”, publicado en las columnas que este prestigioso escritor tiene en algunos periódicos del mundo.

 Esta historia de Navidad, maravillosa como todo lo que escribe, hablaba de una leyenda sobre unos  ángeles que vienen a la tierra por Navidad, para preparar a la misma para el nacimiento de Jesús.

 Como en estos días ando muy enfadada por la parte que me ha adjudicado la vida o el que maneje los hilos, no pude evitar contestarle:

 Estimado Escritor:

Gracias, por el cuento de Navidad.

Desde hace 5 años, no celebro la Navidad, pero escribo un cuento.

Es un cuento muy especial, aunque no es ninguna obra literaria. Se trata de cuento para concienciar sobre las muertes en la carretera. Con ellos quiero pensar que, cada Navidad, conseguiré salvar una vida.

¡Qué presuntuosa, verdad!

El del año pasado se titulaba «Te estás durmiendo». Y el ángel que aparece en él es un ángel muy terrenal, aunque ya no está en este mundo: mi hija.

El de este año se titula «La curva de Juan», pero aún no lo he puesto en el blog. En él habrá otro ángel, un joven que murió en un punto negro de una carretera.

Lo siento pero mis personajes no tienen relación con ningún Dios, porque él se olvidó de mí o se acordó pero solo para hacerme mucho daño.

Le deseo lo mejor para el nuevo año.

Muchas gracias por la deferencia de enviarme su cuento.

Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, que murió por la acción de un conductor borracho.

 

Pues igual que la tradición que sigue Paulo Coehlo pero, por supuesto, sin la calidad literaria de éste, aquí está mi cuento de Navidad. El de este año está basado en un hecho real. Tan real como que anoche mismo podía hablar con la madre de Juan.

Parte del belén que montaba Helena

La curva de Juan. Un cuento de Navidad

 

Eran las segundas navidades sin él, por eso habían decidido salir huyendo. Cuando la felicidad de los otros te desborda, te hiere y duele, porque tú no puedes estar a la altura de la alegría de los otros, lo mejor es salir por la puerta de atrás, sin hacer ruido.

Ese amor que había encontrado en su edad madura sabía y conocía de su dolor y tristeza y estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para que aquellas fiestas no supusieran una mayor pena para ella. Lo mejor sería realizar un viaje a otros lugares, donde nadie les conociera, donde nada les trajera recuerdos, donde  su tragedia fuera desconocida. Y llegaron hasta Venecia. No podía haber nada más romántico. Después serían otras ciudades más de Europa: Viena, Bruselas, París. Romántico París, quién podía pedir más, pero ella tenía su cabeza perdida en otro amor.

Luis, el artífice de este viaje, intentaba  con gran empeño que éste fuera inolvidable, pero también era consciente de que una madre sumergida en el mayor dolor es difícil sacarla de él para  traerla hasta la felicidad. Él también era padre, podía ponerse en su lugar, pero sólo desde el acompañamiento. Compadeciéndose de ella, porque como Jorge Bucay define: compadecer es comprender el dolor del otro.

Ella, desde hacía un año, tenía en su cabeza un único pensamiento y una frase: “Lo sentimos, señora, ha sido una fatalidad. El chico llevaba el cinturón puesto, tampoco iba a gran velocidad, fueron las circunstancias.  Las condiciones meteorológicas tan adversas.

¿Qué condiciones? ¿La lluvia? Uno no se mata porque llueva. Su hijo era prudente, ella sabía que seguro que habría aminorado la velocidad si las condiciones lo exigían. Tuvo que pasar algo importante para que perdiera el control del coche de esa forma y alguien tuvo que verlo, pero ¿cómo saberlo?

Pasaron las Navidades viajando y visitando lugares maravillosos. Eso sí, evitando las celebraciones. Tenían ese pacto.

Los días pasaron veloces y llegó el regreso. Se turnaron a la hora de conducir para volver a España. Y ahora ya estaban muy cerca de Madrid, en la Carretera de Burgos y faltando pocos kilómetros. Era María quien conducía en esta ocasión. Luis dormía en el asiento del copiloto. De repente el coche perdió velocidad. Fue demasiado evidente y en muy pocos segundos, hasta el punto de despertar a Luis. Enseguida fue consciente de dónde estaban y comprendió esa disminución de velocidad.

–    Menos mal, cariño, que te has dado cuenta.

–    ¿De qué?

–    De reducir velocidad en esta curva. Es muy peligrosa. Su trazado es equivocado y el peralte está al revés.

–    Yo no he hecho nada.

–    ¿Cómo?

–    Que no he reducido la  velocidad, ha sido el coche solo. Estaba a punto de despertarte para decirte que al coche le pasaba algo.

–    No, no, al coche no le pasa nada, simplemente has levantado el pie de acelerador, afortunadamente.

–    Te juro que no he levantado el pie. Unos cien metros antes de entrar en la curva el coche ha empezado a disminuir la velocidad. Él solo. No había llegado a la curva y, supongo, que tampoco habría reconocido que la curva fuera peligrosa.

–    Vale, cariño, el caso es que hemos salido de una curva muy peligrosa. Si el suelo hubiera estado mojado o no hubieras reducido de velocidad, nos la habríamos pegado.

–    Te digo que yo no he reducido la velocidad.

–    Bueno, bueno, no te pongas así.

María, en ese momento, sin quitar la mirada de la carretera, hace un movimiento de asentimiento con la cabeza y  dice -Vale, Juan, lo he entendido perfectamente.

–    ¿Qué? Me has llamado Juan.

–    No, no hablaba contigo.

–    Has dicho: vale, Juan.

–    Hablaba con mi hijo.

Luis no preguntó más, entendió que ese era uno de los momentos de María y Juan.

Para ella había sido una señal. ¿Qué le había querido indicar su hijo? ¿Una curva mal trazada? ¿Era eso? Nadie le habló de esa posibilidad. Y a las preguntas que ella se hacía siempre alguien contestaba – ¿qué más te da? Ya no se puede hacer nada.

Al día siguiente, María, comenzó a investigar sobre el lugar donde su hijo había perdido la vida. No podía conformarse con una escueta explicación: “la fatalidad”. Y encontró que había muchas cosas por investigar. Conoció cómo otras personas habían perdido la vida en la misma carretera que su hijo y, sobre todo, supo que él se la dejó justo en uno de los puntos negros de esa maldita carretera, que oficialmente tenía, además de ese,  7 puntos  más.

Lo que durante un año había sido un conformismo deprimente, se había convertido en una rabia que generaba una fuerza inesperada. Su hijo no solo le había salvado la vida, le había dado la pista para investigar y no cejaría en ello hasta que descubriera qué le pasaba a la curva donde se mató Juan.

 Si la culpa fue del trazado de esa curva, haría todo lo necesario para que la misma fuera modificada y no murieran más personas. Ese era su nuevo espíritu. Un espíritu que le había llegado con la Navidad.

Y así comenzó su lucha: Contrató a un abogado y un perito para estudiar el lugar donde murió su hijo. Inició un pleito que sabía duraría muchos años, pero no le importaba. Tenía todo el tiempo del mundo. Hasta que se volvieran a encontrar  el tiempo le podría parecer eterno si no hacía nada y, cuando  por fin sucediera, no quería llegar hasta su hijo con las manos vacías.

Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.

Dedicado a la madre de Juan y a todos los que pierden la vida en los malditos puntos negros de nuestras carreteras.

 

 Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.

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